La última noche

La cama estaba rodeada por seis grandes palmeras que parecían haber crecido para enredar sus copas y así guarecer el lecho. Flores por doquier y aromas de lavanda hoy contrastan con el humor de ella. Aun era de noche. Estaba despierta desde hace más de una hora, se levantó y dijo:

―¿No te parece que es hora de levantarse?

Él respondió al reclamo, dándose vuelta en la cama de hojas.

―Siempre lo mismo.―Dijo ella, levantando breves y ráfagas de viento con su voz.

Él abrió solo un ojo y pudo darse cuenta de que ella se había enojado. Se incorporó y ordenó que se haga el día. De inmediato amaneció. Las aves despertaron y saltaron de sus nidos a volar.

―Buenos días.―Dijo él, en tono conciliador.

Ella no respondió, y acompañada solo por la brisa, caminó hasta un peral para procurar el desayuno.

―Buenos días.―Insistió él acercándose.
―Bueno, si, buenos días. Era hora que fuera día.―Replicó ella aun con tono picante.

Él se acercó, quitó las peras de sus manos y la abrazó. Por primera vez sus cuerpos se tocaron. No pudo evitar besarla, llevarla nuevamente al lecho y ordenar que se haga la noche.
Luego del efímero crepúsculo todo fue amor, fuego y descubrimiento.

Adán despertó primero que Eva y como era habitual ordenó que se haga el día. Pero nada ocurrió.