Sombras de luna

Sobre las hojas secas la luna llena dibuja la sombra de dos ancianos. Uno de ellos muy alto de cabellos grises y largos, se lo ve erguido con los brazos estirados al firmamento y con una extraña marca en su frente, enfrentado a él, el otro anciano con la espalda curvada, se sostiene con un bastón e inclina su cabeza como mostrando devoción.

Sin mirarse a los ojos, hablan un extraño idioma de pocas vocales. Cada quien lo hace en el momento preciso, sin superponerse en su intercambio de consonantes. Aquello parece algún tipo de ritual. Lo único que logro comprender, es que el anciano encorvado llama “gurú” al que mira al cielo.

Un frío intenso y fugaz recorre mi espalda, pero la curiosidad inunda el resto de mi ser manteniéndome escondido, casi agazapado detrás de un árbol. Sopla una brisa suave en el lugar.

El anciano de la marca en la frente, aun mirando a las estrellas, comienza a hacer un movimiento leve con los dedos de su mano derecha, como tocando las teclas de un piano imaginario suspendido en el aire, al tiempo que su abdomen y pecho se mueven marcando la respiración pausada y profunda.

El otro anciano, se mantiene en su lugar, de pié y casi inmóvil, tanto como sus fuerzas se lo permiten.

Luego de unos segundos, la mano del piano se detiene y cierra el puño de la mano izquierda, de inmediato la brisa se detiene y los cabellos del anciano gurú caen dóciles sobre sus hombros. El otro anciano deja caer el bastón, con evidente esfuerzo se mantiene de pié y cierra los ojos. Todo queda en silencio, la brisa se mantiene ausente, pero algunas pocas hojas secas comienzan a dar vueltas alrededor el débil anciano.

El anciano mayor se mantiene inmóvil mirando al cielo, mientras las hojas como impulsadas por una extraña fuerza, continúan rodeando lentamente al otro anciano, hasta que el gurú con un movimiento rápido abre sus dos palmas, entonces las hojas toman velocidad en torno al viejo tembloroso. El viento despierta y junto con las hojas se hace cada vez más intenso hasta convertirse en un pequeño tornado que crece y ruje hasta cubrir por completo al viejo que ya casi no podía sostenerse en pié . El bastón que yace en el piso sele disparado, y pega en el árbol que me protege. El viento sopla a cada momento con mayor intensidad en todo el lugar, al punto que para mantenerme debo sujetarme fuerte del árbol. Mi cuerpo está tenso, el aire frío y huracanado me hace cerrar los ojos, ramas, hojas y arenilla golpean mi rostro y manos, todo mi esfuerzo está en mis brazos intentando permanecer aferrado. Cuando ya casi no puedo sostenerme, estalla un grito desgarrador. El viento se calma y el silencio llena nuevamente todo el lugar.

Quedo tirado en el piso. Cuando recupero el aliento me incorporo. El anciano del bastón ya no está, y el anciano mayor, el gurú, baja sus brazos y abatido cae de rodillas.

En silencio, en el más absoluto de los silencios, siento el sollozo de aquel hombre, como un lamento acompañado de palabras sin vocales que –sin saber cómo- comencé a entender:

―No sabes, cuanto lamento que fueras testigo.―Dijo el anciano mayor observándome de reojo.

Aun agazapado detrás de aquél árbol, veo como el hombre dirige su mirada fría hacia mi y un puñado de hojas comienza a rodearme.

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