Trátese con cuidado

Después de 30 años de servicio para la compañía, solo falta un mes para jubilarme.

Hace unos días llegó a Uruguay Edward Withcare, el presidente de la compañía a nivel mundial, un inglés a la antigua, huraño, excéntrico y extremadamente exigente.

América Latina y especialmente Uruguay son siempre el último orejón del tarro, hace ya cinco años desde la última vez que nos visitó, ocasión que nunca podré olvidar. Era muy normal en mi olvidar tapar mi pluma fuente luego de usarla, ese día no solo no la tapé, también la puse en el bolsillo de mi camisa celeste con la punta para abajo. Salí de mi oficina y me encontré con personas muy importantes de la empresa, entre ellas Withcare, la imprudencia y la gran mancha significaron un escándalo que casi me cuesta el puesto de trabajo. Miguel –mi gerente- intercedió para que ese no se convirtiera en uno de los días más trágicos en mi carrera.
Para ahuyentar fantasmas, hoy me llevo mi pluma fuente –bien tapada– y guardada en un bolsillo de mi pantalón mi amuleto preferido, una escarapela de Garfield para la suerte.
***
Hoy es el gran día, a primera hora de la mañana, Withcare va a dar su discurso de despedida en el auditorio. Para mi desgracia me tocó en primera fila y este buen señor solo habla inglés. Mis estudios del idioma nunca fueron más allá de “the cat is in the kitchen” -cosa que siempre me pareció muy morbosa. ¿A quien se le ocurre cocinar gatos?-.
En plena disertación, luego de casi treinta minutos escuchando sonidos que debían significar palabras y de lidiar con el sueño cabeceando casi tres goles, me desperté cuando todos los empleados, clientes e invitados especiales, se pusieron de pié en medio de un aplauso cerrado mientras el disertante agradecía con gestos. Unos instantes después, pude reaccionar, también me paré y aplaudí mientras intentaba mitigar un bostezo. Enseguida Miguel tomó la palabra:
―A continuación, queremos hacer un homenaje especial, a quien nos ha acompañado durante 30años y está a punto de dejar esta organización.
De inmediato, con el auditorio aun de pié, otro aplauso llenó el lugar y con un gesto Miguel me invitó a subir al estrado. Para mi sorpresa, Withcare me recibió con un abrazo, luego tomó un pergamino, entonces comenzó a decir algunas palabras en el micrófono mirándome a los ojos.
Mi desconcierto era total, no tenía idea de lo que aquel hombre me estaba diciendo, luego de un breve silencio algunas personas rieron y de inmediato hice lo mismo, al menos así creerían que entendía algo de lo que decía aquel hombre, no podía dejar que se enteren mi desconocimiento del idioma. Poco después vi a Miguel asintiendo con la cabeza, hice lo propio y esperé hasta escuchar el tono de voz habitual en el final de un discurso.
Lamentablemente antes de dar con el final correcto, dos veces amagué abrazar a Withcare seguro de que había terminado el discurso. El final verdadero, lo descubrí por los aplausos, entonces si le di un abrazo como forma de agradecimiento, y me entregó el pergamino, lo abrí vi que no estaba firmado.
Como por reflejo, de inmediato saqué mi pluma de la suerte, quité la tapa y con un gesto se la ofrecí a Withcare para que me lo firme, sin dudarlo firmó, me entregó el pergamino, se puso a hablar con Miguel y se guardó mi pluma –punta para abajo y destapada– en el bolsillo externo de su chaqueta color pastel. Casi sin aliento quedé hipnotizado mirando el bolsillo, señalando con mi índice y esperando lo inevitable. Enseguida, un punto azul en la zona baja de la tela comenzó a crecer como parasitos, a paso lento pero seguro. Dibujé una sonrisa falsa en mi cara, cursé mis brazos con fuerza contra mi pecho y estiré mi cabeza como queriendo ver más de cerca. Sudaba ansiedad y desesperación.
Cuando el despliegue de la mancha se tornó incontrolable, metí mi mano en uno de mis bolsillos, saqué la escarapela de Garfield, me acerqué a Withcare y con una sonrisa apretada le dije “for the cat and the kitchen” mientras le prendía la escarapela justo encima de la maldita mancha.
Withcare me miró con extrema frialdad y sorpresa, mi cuerpo a estremecerse por los nervios. El viejo aspiró profundamente y estalló en una carcajada, me tomó de los hombros, dijo palabras claramente indescifrables y nuevamente me dio un fuerte abrazo.
Nunca supe si supo lo que ocurrió con su chaqueta, pero mantuve mi trabajo hasta el último día.
En una de las paredes de mi sala de lectura, solo tengo tres cosas colgadas: mi título universitario, el pergamino de la empresa firmado por Edward Withcare y un trozo de mi última camisa manchada de tinta. Tinta que la escarapela no pudo tapar y el último abrazo pegó en mi pecho.

1 comentario:

EG dijo...

GENIAL!!!!
un abrazo, pero sin tinta...ja

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